En la teología cristiana, principalmente la católica, la mortificación es vista como una forma de ascetismo, un medio de ayudar a las personas a llevar vidas virtuosas y santas.Es una práctica cristiana que consiste en realizar un sacrificio mental o físico por amor a Dios con el objetivo de unirse a la pasión de Jesucristo y, por lo tanto, como medio de participación en la redención.El sacerdote francés Adolphe Tanquerey definió la mortificación como «la lucha contra las malas inclinaciones para someterse a la voluntad y esta a Dios».[cita requerida] Teresa de Calcuta practicó la mortificación utilizando el cilicio, y pedía a sus hermanas que también ellas lo practicaran.[1] Francisco de Asís, Benito de Palermo, Tomás Moro, Pablo VI, Lucía dos Santos y Hans Urs von Balthasar son algunos otros personajes conocidos que practicaron la mortificación en un sentido cristiano.