Sin embargo, el Dit de l’Herberie, escrito por Rutebeuf hacia 1265, es citado a menudo como la primera obra del género.
Algunos historiadores del teatro (Jean-Claude Aubailly, por ejemplo) hacen remontar sus orígenes al arte de los juglares.
En efecto, posee funciones propias de la pintura, como narrar una acción o revelar la personalidad del modelo.
A diferencia del soliloquio, en el que el personaje, solo (solus) y ya conocido, se encarga de establecer una pausa en la acción antes de una decisión que la hará progresar, el monólogo empieza ex abrupto, súbitamente, y sumerge al lector en una crisis de la que nada sabe, ni siquiera si llegará a saberlo todo.
Como precisa Éric Eigenmann, «mejor que por la presencia física de un segundo personaje, es por esta, que manifiesta o representa el enunciado mismo, por la cual se distingue más claramente el monólogo del soliloquio, del cual los diccionarios y manuales especializados dan definiciones contradictorias.
Este pensamiento en voz alta no se asocia espontáneamente con un discurso de asociación de ideas, sino en una composición sabia y estructurada, que se pone ella misma en guardia, confesión, expansión, advertencia o declaración.