Citando la Epístola a los Romanos 8:21, declara que "la salvación es por tanto y sobre todo la redención del pecado, el cual obstaculiza la amistad con Dios."
La carta enfatiza que Jesús concedió a los Apóstoles, a través del poder del Espíritu Santo, la autoridad para reconciliar a los pecadores arrepentidos con Dios y la Iglesia y cita el Evangelio de Juan 20 : 22-23: “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
La carta declara que el Sacramento de Reconciliación implica no solo la acción del ministro –solo un Obispo o sacerdote, quien juzga y absuelve, cuida y absuelve en el nombre de Cristo–, sino también las acciones del penitente: contrición, confesión y satisfacción.
La carta enfatiza la necesidad para los penitentes de "nombrar sus pecados propios", excepto cuando esto no es posible.