Catalina, creyendo que aquello podía tratarse de una ilusión, oyó al niño decir: «¿Por ventura no puede la Reina de los Cielos aparecerse a una pobre criatura mortal en la forma que más le agrade?».
Tras esto, la religiosa se acercó a la Virgen y, arrodillándose, puso las manos en sus rodillas (al respecto, la santa diría: «Pasé los momentos más dulces de mi vida; me sería imposible decir lo que sentí»).
La Virgen dio varios consejos a Catalina para su vida espiritual y le encomendó una misión: «Dios quiere confiarte una misión; te costará trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios.
Recibirás inspiraciones en la oración», declarando además que «los tiempos son malos en Francia y en el mundo».
[5] Alrededor del borde del marco figuraban las palabras «Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti» («Ô Marie, conçue sans péché, priez pour nous qui avons recours à vous»).
Catalina escuchó entonces a la Virgen encomendarle llevar estas imágenes a su padre confesor, informándole de que debían ser acuñadas en medallas y declarando lo siguiente: «Todo el que las lleve recibirá grandes gracias».
El anglicano san John Henry Newman la llevaba consigo cuando se convirtió al catolicismo, al igual que Alfonso de Ratisbona, a quien la Virgen se apareció en Roma del mismo modo en que figura en la medalla.