Su primer libro, Otoño imperdonable (1947), recibió críticas elogiosas[5][6] a tal punto que la Fundación Williams decidió becarla para pasar una estadía en la casa del poeta Juan Ramón Jiménez en Maryland, donde tuvo oportunidad de vincularse con la cultura estadounidense.
[44] En lo referente al mundo del espectáculo, mostraba admiración por Ginger Rogers, Fred Astaire, Jeanette MacDonald y Nelson Eddy.
[47] Su padre descreía de esa institución y, en cambio, le había sugerido previamente la Escuela Técnica N.º 6 Fernando Fader.
Walsh dejaba los ejemplares en consignación acompañada de su amigo Mario Trejo y luego pasaba a cobrar las comisiones.
Si quisiéramos buscar —vieja manía— alguna filiación literaria en María Elena Walsh, debiéramos reconocer un bello ejemplo de asimilaciones múltiples y ricas...
La arquitecta Carmen Córdova Iturburu también leyó el libro y se contactó con Walsh por correo, lo que dio inicio a una larga amistad.
En ese contexto, se sucedió la visita de innumerables escritores, entre ellos, Pablo Neruda, Jorge Guillén y León Felipe.
[74] La propia María Elena describiría unos años después esa experiencia en estos términos: De regreso en Buenos Aires, Walsh frecuentó los círculos literarios e intelectuales, habitualmente concurridos por la aristocracia argentina, y escribió ensayos en diversas publicaciones.
[78] Yvan Goll, un poeta francés, había lanzado un libro bajo el mismo modelo junto con su esposa años anteriores.
[81] La crisis personal desatada por la dura experiencia en Maryland, las críticas negativas de su segundo libro y los problemas con Bonomini, cuyo noviazgo acabó en 1952, según su biógrafo Sergio Pujol, hicieron un «clivaje hacia un sentimiento religioso, hasta ese momento completamente inédito en la joven».
[84] Desde ese encuentro, Walsh mantuvo una relación de gran cordialidad y reciprocidad que se prolongó hasta la muerte del autor en 1973.
[88] Alojadas en el barrio de Saint Germain, donde tanto Valladares como Walsh llevaron una vida austera, la primera impresión que les generó París fue desagradable.
Valladares, once años mayor que Walsh, era más rígida en materia de repertorio y en lo referente a la presentación formal del espectáculo.
[101] Ambos discos fueron muy bien recibidos en los círculos de artistas e intelectuales, como Cuchi Leguizamón, Manuel J. Castilla, Victoria Ocampo, Atahualpa Yupanqui y María Herminia Avellaneda, que llevó al dúo a presentarse en Canal 7.
[102] En ese poemario, dio forma a sus principales personajes: Doña Disparate, el Rey Bombo, la Vaca Estudiosa y la Mona Jacinta.
[104] En 1958, había sido convocada para Buenos días, Pinky, un programa protagonizado por Lidia Satragno, donde intervino como libretista.
[110] Tras un impasse laboral, dio origen al espectáculo infantil Canciones para mirar,[17] del que también se ejecutó una versión discográfica.
[119] Además, publicó Aire libre (1967), un manual para segundo grado lanzado por la editorial Estrada que constituyó el único intento curricular encarado por Walsh.
Al promediar el recital, ante un abanico de canciones desplegado, cada uno sabía qué parte del espectáculo le estaba dirigida.
Pero viviendo con ella lo pude comprender: María Elena es ese tipo de persona que nunca saca suficiente rédito del éxito.
[138] Luego de su publicación, La Azotea, la editorial que dirigía Sara Facio, recibió llamadas constantes durante todo el día en solidaridad con la autora hasta completar un casete entero del contestador automático.
[148] Tiempo después, en un reportaje brindado a la revista Somos luego de finalizar su colaboración en los textos del documental La República perdida (1985), afirmó que la política le parecía «espeluznante».
[74] La publicación en conjunto del libro Baladas con Ángel en 1952 fue el corolario de su relación, que finalizó ese mismo año.
[74] En 1954, Walsh mantuvo correspondencia con Carmen Córdova en donde le confesó su deseo de abandonar el hogar materno y le encomendó la búsqueda de un departamento para irse a vivir con Leda Valladares, una escritora tucumana once años mayor que ella a quien había conocido por correspondencia en 1952.
En ese sentido, Eva Giberti declaró: «Hoy, María Elena Walsh no es una figura reconocida por las feministas y me parece injusto.
[170] Walsh consideraba que el niño es muy sensible al juego e incluso puede apasionarse por la mentira, pero nunca aceptará la incoherencia ni la falta de lógica.
Podía improvisar sobre algunos temas con una facilidad y una claridad que no tuvo después ningún político... Perón tenía sin duda la astucia de un gran estadista».
[177][55] Eva Perón, a quien le dedicó un poema muchos años después de su temprana muerte en Cancionero contra el mal de ojo,[178] fue comparada por Walsh con un «hada madrina» y remarcó que «los desposeídos sentían que les iba a dar el cielo en la tierra».
Podía estimularse u obligarse a escribir, pero la inspiración le aparecía siempre de manera abrupta e inconsciente.
[14][15] En París, Walsh quedó fascinada con el juego verbal y la sonoridad de la poética inglesa y francesa, al igual que la irrupción súbita del absurdo o del doble sentido que las caracterizaba, en gran parte, compuestas de esa forma como reacción ante hechos históricos o políticos específicos.