En los años precedentes, Gandhi había multiplicado las manifestaciones no violentas y las huelgas de hambre.
Cualquier persona que lo necesitara producía sal tomando agua del mar y dejándola evaporar en un cuenco.
Los británicos impusieron severas penas para quienes produjesen sal de forma autónoma.
Esta imposición de los británicos era análoga a la gabela que, bajo el Antiguo Régimen, gravaba la sal en Francia.
Finalmente, el virrey reconoció su impotencia para imponer la ley británica, a menos que se utilizara ampliamente una represión violenta, con el riesgo de que esta reacción quitara a los británicos todo crédito ante los indios, incluidas las élites.
Situado por aquel entonces en la oposición parlamentaria, el político británico Winston Churchill rechazó frontalmente toda propuesta de independizar la India y, al conocer la protesta de la sal, Churchill ironizó sobre Gandhi llamándolo el «fakir sedicioso que sube medio desnudo las escaleras del palacio del virrey».