El manuscrito encontrado es un tópico literario, y una técnica narrativa que consiste en fingir que la historia que se va a contar fue hallada escondida o enterrada por quien la publica y, por tanto, este último no es su verdadero autor y en todo caso es su editor, traductor o adaptador.
Esta técnica literaria deriva de la necesidad de crear verosimilitud haciendo desaparecer al autor como causa directa de la ficción: el verdadero autor se oculta como mediador o intermediario o editor para que el lector dude de que la narración es ficticia y piense que muy probablemente pueda ser real; el hecho de que sea antigua la autoriza y le da prestigio y venerabilidad, asimismo; en todo caso, en esa indeterminación no es posible preguntar de dónde ha venido o si es verdadera, con lo que el autor real consigue librarse de tener que dar explicaciones, sortea las posibles censuras y críticas que pudiera recibir y genera un juego de distanciamientos y perspectivas en relación con la narración con el que gana autonomía para su obra y, por tanto, verosimilitud y realismo.
Christian Angelet estima que es una variante del argumento de autoridad o magister dixit.
En la literatura helenística se encuentra ya en Las maravillas de más allá de Tule / Τὰ ὑπὲρ Θoύλην ἄπιστα (s. II d. C.) de Antonio Diógenes, donde el manuscrito aparece en una tumba fenicia en Tiro, y en las Crónicas troyanas de Dictis Cretense (s. IV d. C.) y Dares Frigio (s. VI d. C.), obras estas últimas que fueron leídas por los medievales como si fueran historia real y auténtica.
En este género es frecuente que se finjan ser traducctores de antiguos libros escritos en lengua extranjera (griego, latín, árabe, inglés, etc.) por algún sabio cronista, y que estos fueron hallados en circunstancias excepcionales.