En Canarias, su carrera eclesiástica no se detuvo y pasó por otras dignidades.
Entonces, Canarias constituía una única diócesis con residencia del obispo en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que por aquel entonces se denominaba Las Palmas, a secas.
Ya en Las Palmas, el Obispo Verdugo realizó una encomiable labor en favor de asilos, hospitales, iglesias, conventos y familias necesitadas.
Como reconocimiento, la ciudad bautizó con su nombre al nuevo puente que, a mediados del siglo XX sería derribado para canalizar el barranco y trazar una autovía.
Así, cuando ésta se decretó por primera vez en la primera década del siglo XIX, procedió a clausurar sus cárceles, a quemar sus sambenitos y a recopilar sus archivos, los cuales eran un valioso testimonio de gran parte de la historia de Canarias.