Las autoridades españolas lo remitieron al Alto Perú, donde se hallaba el cuartel del general Joaquín de la Pezuela.
Como por entonces se estabilizó el dominio español en todo el Perú, optó por dedicarse al comercio.
Poco después se presentó ante el gobierno del protector José de San Martín y solicitó un puesto para servir a la flamante República.
Se embarcó con su esposa e hijos en la vieja nave Santísimo Sacramento, rumbo al sur.
No hubo sobrevivientes, ni tampoco se hallaron los restos de los infortunados pasajeros.