El sistema representativo limita las sanciones de los elegidos que por ejemplo no respetan sus promesas electorales, únicamente al riesgo de no reelección al finalizar su período.
De hecho, la asociación de un programa político a un mandato representativo es paradójico, ya que no se puede pretender que el elegido sea libre de votar las leyes según su propia conciencia y buena fe, y a la vez obligarle a respetar un determinado programa durante todo su mandato.
En efecto, elegir según un mandato representativo no equivale a pronunciarse por un determinado proyecto político sino por una persona.
Se supone que la elección sea, no la expresión de una voluntad general, sino un proceso destinado a seleccionar a los ciudadanos más aptos para conducir los asuntos públicos.
Esta problemática contribuye en forma importante a alimentar la "crisis de la democracia" que se constata en varios países con democracia representativa, pues contribuye a alimentar reservas y a veces franca desconfianza de los electores respecto de los elegidos.