Música folclórica de Costa Rica

La música folclórica costarricense se produce en cuatro zonas específicas del país: Guanacaste, Valle Central, Limón y Puntarenas.

Destacan compositores como Jesús Bonilla Chavarría, Héctor Zúñiga Rovira y Ulpiano Duarte.

La música del Valle Central tiene formas musicales e instrumentos de influencia europea como el acordeón, la trompeta, el violín, el bajo, el saxofón y los timbales.

Otras piezas musicales importantes son El tambito josefino (conocido también como Vamos a bailar), La botijuela, La tinaca, Café de Costa Rica, etc. Entre los principales autores de este género se encuentran José Daniel Zúñiga Zeledón (el corrido Costa Rica), Lencho Salazar (El ángel, La serenata, La Segua, El Cadejos, El quijongo, Maicerita mía), María Mayela Padilla (El abuelo, Por eso nos llaman ticos), Hernán Elizondo Arce (Himno al guaro), Eduardo Balo Gómez (Tico de corazón) en la versión de Mauricio Penagos Villegas y Mario Chacón Segura (Así es mi tierra) (Ticas lindas) La música costeña puntarenense tiene sus orígenes en la mezcla de ritmos criollos como el tambito generaleño y la cumbia colombiana.

El calipso utiliza instrumentos como el bajo de cajón, el ukulele, el sheky-sheky, las maracas, la guitarra, tambores, bongoes, tumbas y cencerro.

Entre sus intérpretes más conocidos, conocidos como "calypsonians", se encuentran Walter Ferguson ("Gavit"), considerado el rey del calipso costarricense, autor de calipsos como Cabin in the wata, Callaloo y Carnaval Day; así como Roberto Kirlew ("Buda"), Cyril Silvan, Herberth Glinton (Nowhere like Limón), Reginald Kenton ("Shanty"), Manuel Monestel y el grupo Cantoamérica.

[1]​ Su "aporte a la identidad y cultura afrolimonense" llevaron al calipso a convertirse en una “destacada expresión del patrimonio cultural inmaterial afrodescendiente de Costa Rica”, por lo que fue declarado por decreto patrimonio cultural inmaterial de Costa Rica desde el año 2012.

El término deriva, probablemente, de ritmos traídos por los inmigrantes afroantillanos provenientes de San Cristóbal y Nieves («Saint Kitts and Nevis», por su nombre en inglés), que llegaron a Costa Rica a finales del siglo XIX.

[3]​ La música amerindia era ante todo de carácter utilitario, es decir, que cumplía una función determinada, en su caso especialmente religiosa: se le utilizaba ante todo para acompañar los ceremoniales y las danzas dedicadas a tal o cual deidad, por ejemplo, «Sibö», máximo dios bribri, o « Cha Cónhe» para los maleku.

Incluso la música para bailar, propia de festejos y celebraciones, se incluye en esa categoría porque dichas festividades por lo general estaban asociadas al culto religioso.

Las comparsas son parte esencial de los Carnavales de Puntarenas.