[3][4] En repetidas ocasiones se le había pedido a Benedicto XVI durante los últimos años de su pontificado que escribiera una encíclica sobre la fe, concluyendo así la trilogía que había iniciado con Deus caritas est sobre el amor, y Spe salvi sobre la esperanza; pudiendo terminar así con las tres virtudes teologales católicas.
Francisco asumió el trabajo realizado por su antecesor, quien ya tenía prácticamente terminada una primera redacción de la encíclica, añadiendo al texto algunas aportaciones personales que, en línea con todo lo que el magisterio de la Iglesia había declarado sobre esta virtud teologal, pretendían sumarse a lo que el papa Benedicto XVI ha escrito en las encíclicas anteriores.
Cristo resucitado es un «testigo fiable» a través del que Dios actúa realmente en la historia y determina su destino.
Por ese motivo la fe —señala el pontífice— no puede ser nunca «algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva», sino que está «destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio».
[1][3] Este capítulo se centra en la relación entre la fe y la razón; así como el relativismo (un tema clásico en la teología de Joseph Ratzinger) que se relaciona con el moderno rechazo a cualquier afirmación de verdad absoluta, ya que esta última se muestra como la raíz de los fanatismos que ineludiblemente desembocan en violencia.
De este modo, puesto que ambas cosas están ligadas, «amor y verdad no se pueden separar», pues solo el verdadero amor resiste al tiempo y puede convertirse en fuente de conocimiento.
[3][18] «Quien se ha abierto al amor de Dios, no puede retener ese regalo para sí mismo», escribe el papa.
Es por este motivo que la fe debe ser confesada siempre de manera íntegra, en toda su pureza; ya que eliminar algo a la fe sería suprimir algo a la verdad revelada.
[3] La fe se relaciona con el bien común en cuanto que nace del amor de Dios y hace fuertes los lazos entre las personas.
Se pone al servicio del derecho, la justicia y la paz; y por tanto, no aísla del mundo al individuo sino que «la luz de la fe» capta el fundamento último de las relaciones humanas y las pone al servicio del bien común.