Sus pretensiones al trono se vieron finalmente defraudadas en el Compromiso de Caspe que, en 1412, designó como rey a Fernando I de Aragón.
Cuando Luis ascendió al trono napolitano por la llamada rama legitimista (reyes titulares), Juana II ocupaba el trono por la rama Anjou-Durazzo.
En 1423, tras lograr una alianza con Milán y Venecia, parecía que Luis iba a lograr acabar con el conflicto dinástico cuando consiguió reconciliarse con Juana II que nombró heredero a Luis.
Sin embargo, esa decisión supuso el inicio de una nueva disputa ya que con anterioridad Juana II había adoptado a Alfonso V de Aragón, al tiempo que le nombraba su heredero.
Alfonso V no renunció a sus derechos por lo que tras solucionar los problemas internos que tenía en sus posesiones ibéricas entablaría una guerra contra Juana II, Luis III y sus sucesores hasta que logró la victoria y obtuvo el trono de Nápoles en 1442.