Los perros hambrientos

En 1936, Ciro Alegría se hallaba desterrado en Chile, debido a su militancia en el aprismo, partido que estaba proscrito por la dictadura de su país.

[7]​[8]​ Esa vida pastoril se ve perturbada por la llegada de la sequía y la consiguiente hambruna.

Al final llegan las lluvias, se restablece la vida cotidiana y renace la esperanza en un mejor mundo.

Un personaje importante vendría a ser el Narrador, que es un ser omnisciente que no toma parte en la obra misma y relata en tercera persona singular, pero a pesar de ello conoce cada aspecto de los personajes incluyendo los pensamientos y emociones, así como los lugares en donde se realizan las acciones.

[19]​[7]​ Antuca se encuentra a veces con Pancho, otro pastorcito de su misma edad, que con su antara toca un yaraví muy triste, denominado el Manchaypuito.

Chutín se ganó la preferencia de todos en la casa hacienda, desplazando así al feroz Raffles.

Estos son bautizados con los nombres de Güeso y Pellejo,[7]​ debido a una historia que Simón narra sobre una viejita que tenía dos perros con ese nombre: una madrugada, la viejita nota de casualidad de que un ladrón está escondido bajo su cama; entonces, empieza a quejarse diciendo “estoy hecha puro hueso y pellejo”, llamando así disimuladamente a sus perros, los cuales irrumpen y dan cuenta del ladrón.

Pero un día, mientras Mateo trabajaba en su chacra, aparecen dos gendarmes o policías, quienes le piden su libreta de conscripción militar.

Entonces Dios le hace ver una visión: un puma enorme se acerca bramando y corriendo.

Suplica llorando por Güeso, pero los bandoleros la amenazan y se llevan al perro arrastrándolo por el camino.

Rómulo Méndez, el empleado de la hacienda, decide poner fin a esos estragos.

Los demás perros, impactados, huyen, pero Shapra y Manolia caen muertos bajo las balas de los guardianes.

Sin recelar la trampa, todos ellos se duermen esa misma noche, planeando ir al día siguiente a arrear dichas reses.

[13]​ Los hermanos Celedonios, junto con el fiel Güeso, se ocultan en una cueva, situada en lo alto de un precipicio.

Una esperanza renace en los Celedonios cuando ven asomar de lejos a su amigo, Venancio Campos, junto con otro compañero.

Los gendarmes simulan entonces retirarse, pero antes, el Culebrón envenena las papayas, inyectándolas con un tósigo por medio de una jeringuilla.

Los cadáveres de los bandidos son llevados al pueblo donde se les toma fotografías para su difusión a nivel nacional, quedando muy complacido el Culebrón por su “hazaña”.

[9]​ Mashe, quien tiene una esposa, Clotilde, y dos hijas solteras, es recibido temporalmente por la familia Robles, mientras busca “un pequeño lugar en el mundo” donde vivir.

Simón recordaba una anécdota del pueblo de Pallar, cuando la imagen de la Virgen que cargaban los fieles cayó sobre las rocas, destrozándose completamente; la gente, mientras tanto, seguía cantando el tradicional himno: «Eso se merece nuestra Señora, eso y mucho más, nuestra Señora».

Aunque parezca una decisión muy cruel, era la única manera de evitar que sufrieran más por el hambre.

Los más afectados son los perros: muy flacos, deambulan por el pueblo en busca de sustento que casi nunca encuentran.

Mañu había intentado impedirlo, pero recibió de parte del ladrón un garrotazo que lo descalabró por un momento.

El indio Mashe tiene la suerte de encontrar una gruesa culebra que lleva a su casa, la asa y la comparte con su familia.

Estos son encerrados para evitar dichos encuentros, pues también sufrían de heridas en las peleas.

Pero Cipriano se niega, aduciendo que ya no tenía más grano para repartir.

Los tiradores son los empleados del hacendado; incluso al pequeño Obdulio, el hijo de Cipriano, porta un arma que su padre le ha enseñado a usar.

Una tarde Simón Robles miraba desde el corredor y una sombra le hizo volver hacia otro lado.

El paralelismo es notorio: a vista del despiadado patrón, los “perros hambrientos” son indistintamente tanto los campesinos como los animales.

[10]​ El crítico Antonio Cornejo Polar dice que, pese a todo ese escenario de sufrimiento e injusticia, queda en pie «una imagen globalmente positiva del hombre, la sociedad y la cultura indígenas.

[10]​ Una adaptación cinematográfica de la novela fue realizada bajo la dirección del maestro Luis Figueroa y estrenada en 1977, en Lima.

Paisaje de la puna peruana.
Rebaño de ovejas.
El río Marañón, en cuya orilla se halla Cañar, el refugio de los Celedonios.
Un maizal.
Árbol del papayo y sus frutos
Faena agrícola en la sierra peruana.
Imagen de San Lorenzo, en Sevilla.
Perros salvajes en el campo.