Destacan los periodos tormentosos torrenciales que puntualmente asolan la comarca especialmente de agosto a octubre, superando dichos acumulados.
El altiplano o meseta alcarreña es una mole caliza coronada por arcillas miocénicas, con un relieve claramente estratificado conforme se baja desde el páramo hacia la vega.
Son terrenos muy susceptibles a la erosión donde desaparece la cubierta arbórea, dejando entrever fuertes barrancos, simas y cursos estacionales de agua que ganan importancia en episodios torrenciales.
En el entorno de Loranca crece un bosque mediterráneo relativamente alterado por la explotación agrícola milenaria.
ballota la especie más abundante, conviviendo en las laderas del valle y en las umbrías con el roble quejigo Quercus faginea subsp.
Dichas masas forestales son continuas en los montes y cotos tradicionales, tales como el Monte Guadalajara o Alcarria, en el Monte Loranca (actual finca Madrevieja) o en el Robledal de las Cabañas (en este caso una masa de quejigar casi pura) mientras que en el resto del término municipal aparecen manchas y ejemplares dispersos entre los terrenos de cultivo, huertas y olivares abandonados.
Como especies acompañantes encontramos especies calcícolas como el arce de Montpellier, zarzamoras, escaramujos, espino albar, aladiernos y en las zonas donde existe mayor degradación del suelo predominan cistáceas como la jara blanca, aulagas, tomillos, romeros, espliego y espartos.
En el término habitan diversas especies típicas del entorno mediterráneo e ibérico con mamíferos como jabalíes, corzos, ciervos, zorros, turones, ginetas, tejones, liebres, conejos... Entre las aves, nidifican en Loranca y sus cercanías alguna pareja de águila imperial, también encontramos y es fácil observar águila real, milano real, búho real, autillos, cárabos, lechuzas y buitre leonado, que no reside en el término pero es usual verles alimentándose o sobrevolando la zona.
Según el censo del marqués de Campoflorido (1712) Loranca contaba en aquellas fechas con apenas 62 vecinos.
[1][2] Hacia mediados del siglo XIX, el lugar tenía contabilizada una población de 1102 habitantes.
Mamposte, cal, yeso y sillar en algunas casas junto con un entramado interior de madera.
También destaca la antigua tradición de cantar los mayos así como numerosas canciones y dichos locales que hablan del pueblo.
En cuanto a los postres, encontramos los puches, el hornazo (no confundir con los bollos preñados de Salamanca y Ávila) o las rosquillas.