Libro de Job

En el Tanaj hebreo figura entre los Ketuvim (Escritos), ubicado entre los Proverbios y los Cantares.

Según la tradición, Moisés pudo conocer la historia de Job durante su huida del Bajo Egipto.

Al parecer las arengas de Elihú resultan ser añadidos debido a su forma de razonamiento y a que el discurso anterior y posterior ni siquiera lo toman en cuenta.

Dios le pregunta a Satán si se fijó en su siervo Job, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal, a lo que este le contesta que sí, y que si es fiel es porque ha sido bendecido, beneficiado por él.

Tras esto aparece Dios, quien a través de una serie de interrogaciones retóricas le hace ver a Job que no sabe nada, para concluir diciendo "Cuanto hay bajo el cielo es mío".

[3]​ Job reconoce haber hablado sin entender de maravillas que superan a su comprensión y se arrepiente.

Según Joaquín González Echegaray, Job pertenecería a los libros sapienciales más antiguos, al igual que Proverbios y Eclesiastés.

[4]​ Añade que Job "utiliza la narración en prosa, interrumpida por un largo diálogo en verso".

La respuesta de Yahveh da a entender que no entra en el debate precisamente por su trascendencia.

Estos conceptos se presentan por primera vez en los deuterocanónicos Macabeos y en el libro de Sabiduría.

Todos los libros sagrados obedecen a esta filosofía, que es muy visible en el Deuteronomio, en Josué, en Jueces, Samuel y en I Reyes.

Recién en Ezequiel aparece entre los israelitas el concepto de responsabilidades, premios y castigos individuales.

Desde un punto de vista más moderno, se retorna a la acción maléfica del Diablo y al concepto del libre albedrío, condición necesaria para que se consume la alianza de Dios con Su pueblo.

Las culturas babilónicas, por ejemplo, cuentan la historia de un rey el cual perdió todas sus posesiones y se enfermó.

Otra enseñanza del libro de Job es que se puede mantener la fe incluso en los momentos más penosos y en las circunstancias más injustas, porque eso es lo que Dios espera de nosotros.

El autor bíblico no pudo profundizar más en la solución del problema porque no disponía de las teorías de premios y castigos en otra vida, que sólo llegarían más adelante.

El Diablo cubre de pústulas a Job (de William Blake ).