El Libro Blanco se ocupaba de tres cuestiones fundamentales:[1] En 1914, durante la Primera Guerra Mundial, los británicos habían hecho dos promesas en relación con el Oriente Medio.
David Lloyd George, primer ministro británico durante la Primera Guerra Mundial, había colaborado estrechamente con el movimiento sionista y fue un predicador evangélico.
La emigración judía se vio limitada por las restricciones nazis sobre la transferencia de fondos al extranjero, pero la Agencia Judía fue capaz de negociar un acuerdo por el cual permitiría a los judíos alemanes utilizar sus fondos para comprar mercancías alemanas para su exportación al Mandato Británico para así poder eludir las restricciones.
La Comisión Peel recomendó, en 1937, que el Mandato Británico sea dividido en dos estados, uno árabe y el otro judío.
La idea de partición fue confirmada, pero el proyecto del Estado judío iba a ser sustancialmente menor, recibiendo solo la llanura costera para su territorio.
Gran Bretaña temía que millones de judíos en breve intenten salvar sus vidas emigrando al Mandato Británico.
Hubo numerosas protestas e incluso la Haganá efectuó actos de sabotaje antibritánicos.
Las razones del rechazo por parte de la población judía fue que la primera sección impedía establecer un Estado judío y las dos siguientes condicionaban de forma drástica la viabilidad del «hogar nacional judío» al que se había comprometido el Reino Unido en la Declaración Balfour.