Su esposo tenía varias amantes, algo que ella no soportaba y la convirtió en una persona dura e inflexible.
Leonor se quedó en Chipre para proteger los derechos dinásticos de su hijo, en cuyo nombre actuó como regente junto a sus cuñados.
Leonor no se avino con su nuera, propensa a participar en intrigas y escándalos.
Aunque en principio la reina fue bien recibida en Valls, sus favoritos provocaron una revuelta al negarse a pagar el impuesto sobre la importación de vino.
Esta revuelta provocó varios muertos en ambos bandos, y finalmente los cortesanos se vieron obligados a ceder.
Tras la muerte del rey Pedro IV, le sucedió su hijo Juan I, que cedió su parte del señorío de Valls al obispo de Tarragona.
[3] Afectada por esta revuelta, la reina abandonó definitivamente Valls y se refugió en Gratallops.
El cuerpo fue trasladado al convento de las franciscanas, en el barrio del Poble Sec, y allí se conservó hasta la Semana Trágica, en 1909.