Laura Hidalgo
En 1951 tuvo su primer papel protagónico en La orquídea, dirigida por Ernesto Arancibia, donde mostró su enorme sugestión y belleza que la convirtieron en una de las más populares figuras del cine local e hizo que la prensa comenzara a llamarla "la Hedy Lamarr del cine argentino" por su parecido con la estrella de Éxtasis.Estuvo casada con el actor radicado en Argentina Narciso Ibáñez Menta y luego con el arquitecto mexicano Manuel Rosen.En 1949 participó en un concurso de nuevos valores organizado por la revista Antena y fue seleccionada por el productor y protagonista Armando Bó -que le dio el nombre artístico que usaría en toda su carrera- para actuar en el filme Su última pelea.La empresa Argentina Sono Film había comprado los derechos para filmar La orquídea una obra que era el caballito de batalla de Mecha Ortiz en el teatro y debían hallar a la protagonista pues Zully Moreno estaba ocupada en otros proyectos y no encontraban el tipo físico.Hidalgo viajó en 1952 a España para filmar El tren expreso dirigida por León Klimovsky con un papel subordinado al de Jorge Mistral.Ya en México rodó en unos pocos días su parte en La mafia del crimen de Julio Bracho, su última película.En 1987 el Museo del Cine de Buenos Aires le entregó la Cámara Pathé como reconocimiento a su labor cinematográfica.[4] El crítico Abel Posadas después de contar que Mario Vanarelli dijo años más tarde que Laura Hidalgo "tenía los atributos de un símbolo sexy, aunque había que fotografiarla con mucho cuidado, en especial si usaba una malla porque sus caderas eran muy anchas" agregó que "su imagen, a la hora del balance, se impone para instalarse dentro del discurso cinematográfico argentino de los años 50 gracias a Más allá del olvido y Armiño negro.No es en absoluto curioso que el personaje creado por Alejandro Dolina para sus audiciones radiales aún la mencione."[2] Para Claudio España, Ana María Lynch y Laura Hidalgo fueron construidas como imágenes para hacerles mal a los hombres.Sin embargo, no quedaban mal como mujeres para la mentalidad del momento porque había arrepentimiento final: las malas se arrodillaban o entraban en un sillón de ruedas a la iglesia o vivían alguna situación de redención que apaciguaba al espectador, sobre todo a la espectadora que se había deslumbrado con mujeres tan bellas y terribles.Que una estrella se hacía, si reunía ciertas condiciones básicas, lo demuestra el hecho de que Laura Hidalgo –en los papeles Pesea Faerman, nacida en Rumania– no llegaba al metro sesenta y era muy menudita, pero se volvía imponente en la pantalla y en las fotos gracias al vestuario y las luces, a la larga melena flameante.