La torre (1922) es el cuarto libro de Joaquín Cifuentes Sepúlveda (San Clemente, 1900 - Buenos Aires, 1929), poeta chileno identificado con la Generación literaria de 1920, a la que también pertenecieron Pablo Neruda, Romeo Murga, Alberto Rojas Jiménez, Armando Ulloa, Víctor Barberis, Rubén Azócar, Raimundo Echevarría y Larrazábal y Alejandro Vásquez Armijo, entre algunos otros.
]Compañeros,los jueces lo mantienen encerradosin sol,sin luz,sin aire,por un delito que no cometió.Y aunque lo hubiera cometido.
[...]¡Si no hay jueces poetas que lo librenhaced que los poetas sean jueces!Y Dios, sobre nosotros,echará una mirada agradecida...[3]En ese mismo número, se publicaron las composiciones "Árboles", "Versos de la farándula", "Naturaleza" y "Abismo";[4] en el siguiente, apareció "La voz fuerte".
La obra fue reseñada por personajes destacados del medio intelectual chileno, tales como el escritor, periodista y crítico literario Raúl Silva Castro, quien afirmó que Cifuentes Sepúlveda con su nuevo libro se coloca en un lugar privilegiado entre los escritores de nuestra nueva generación, sucesora de otra que ya pide una superación efectiva.
Sus poemas son, como su vida, torturados y amargos hasta la desesperación que anudara tantas veces su voz estrangulándola en el sollozo impotente.
Creemos que, por lo menos hasta hoy, el hombre debe a su áspera lanzada las manifestaciones culminantes de la Belleza...
Si Cifuentes Sepúlveda no hubiera llevado en la sangre la incitación al canto, seguramente el dolor se la habría creado.
"[16] En los poemas que corresponden al libro Las alas, el autor canta a su recién recobrada libertad; sin embargo, sus creaciones conservan el tono melancólico y adolorido que distingue a sus composiciones de la prisión, como se advierte en "Después de cinco años...": Pueblo, pueblo...¡Pueblo del hogar lloradovuelvo al fin!Vengo estrangulado...Soy otro Joaquín.[...
]Para que te mire con pupilas tristes,espantadas de cristales negros,tengo las dos órbitas profundas y grises...¡Estoy ciego!Pueblo, pueblo, vuelvo al fin.Las casas me llaman, tienen voces–¡Joaquín, Joaquín!–Pero tú te callas.Ya no me conoces...¡Me voy a morir!