La obscena señora D
Allí, Hillé confronta su relación con Dios, su cuerpo, su muerte inminente, la sociedad a la que pertenece y la dependencia de su identidad con el lenguaje.Esta obra no tiene argumento, regresa una y otra vez al mismo punto de partida narrativo.A través del texto, el tiempo cambia y se disuelve constantemente, haciendo imposible algún sentido de estabilidad temporal.De esta forma, Hillé enfrenta sus limitaciones humanas, su existencia corporal a través del lenguaje.Con La obscena Señora D,[1] Hilst comenzó una serie de trabajos que ampliarían los límites del gusto, la forma, la representación y el lenguaje.El monólogo del personaje actúa como un flujo de conciencia que agrega múltiples hablas, invenciones y neologismos.Hilst compone un diálogo entre continuidad y discontinuidad como base de su experiencia erótica que apenas puede traducir la dialéctica entre la vida y la muerte, porque el erotismo nos dirige a la muerte, exactamente cuando lo que buscamos es perpetuar la vida, permanecer, continuar, prolongar indefinidamente el instante fugaz de gozo.Respecto a la temática de la muerte, Christiane Craig[6] señala que Hilst dedicó La obscena señora D al filósofo americano Ernest Becker, por quien sentía gran admiración.Para Hillé se trata de una lucha por principios universales, un acercamiento fenomenológico en el que cada aspecto del mundo, cada sentido, está dirigido y reducido a su punto límite.