Sin embargo, las obras no atrajeron compradores y él mismo las donó, en 1881, al Museo del Prado, donde actualmente se exponen.
Una mujer madura o «manola» vestida de luto apoya su codo en un montículo de tierra sobre el que se ve una verja que habitualmente se colocaba en las tumbas.
La expresión del rostro es triste o nostálgica y se piensa que la tumba podría aludir al reposo definitivo de Goya, con Leocadia viuda del pintor, como premonición de la muerte o bien recordando la grave dolencia (tifus) que a punto estuvo de acabar con la vida del aragonés en 1819 y que refleja el cuadro de 1820 Goya curado por el doctor Arrieta.
La obra está iluminada por una luz amarilla en la cara, el brazo y el pecho de Leocadia, y esta tonalidad hace contraste con el negro del velo que cubre su rostro y la parte superior del vestido.
Como señala Valeriano Bozal, «El paisaje claro del fondo contrasta con la escena clara [sic, léase probablemente «oscura»] del primer término, con un azul y nubes entre los más bellos que Goya pintara, no es el ambiente lo oscuro, lo es la escena».