[1] Este tema ha sido siempre muy tratado en el arte cristiano, en diversas variantes iconográficas.
[3] En este lienzo Zurbarán alcanza una gran perfección, tanto formal como en la integración de los heterogéneos elementos que lo componen.
Con ello realiza una obra grandiosa y contemplativa a la vez, despojada tanto de la usual agitación barroca como del intelectualismo manierista.
La colocación de ambas figuras crea un espacio psicológico, con matices expresados con fuerza y delicadeza.
Su cabello modestamente recogido, la postura natural y su atavío sencillo, contribuyen a darle un aspecto meditativo, de gran dignidad y distinción, consciente de la gran misión a ella encomendada.