Juliana de Fosses
A los 16 años tuvo una primera visión, que después se repitió varias veces en sus adoraciones eucarísticas.La visión presentaba la luna en su pleno esplendor, con una franja oscura que la atravesaba diametralmente.Durante cerca de veinte años Juliana, que mientras tanto había llegado a ser la priora del convento, guardó en secreto esta revelación, que había colmado de gozo su corazón.Después se confió con otras dos fervorosas adoradoras de la Eucaristía, la beata Eva, que llevaba una vida eremítica, e Isabel, que se había unido a ella en el monasterio de Monte Cornillón.Quisieron involucrar también a un sacerdote muy estimado, Juan de Lausana, canónigo en la iglesia de San Martín en Lieja, rogándole que interpelara a teólogos y eclesiásticos sobre lo que tanto les interesaba.Más tarde, otros obispos lo imitaron, estableciendo la misma fiesta en los territorios encomendados a su solicitud pastoral.En la celda donde yacía se expuso el Santísimo Sacramento y, según las palabras del biógrafo, Juliana murió contemplando con un último impulso de amor a Jesús en la Eucaristía, a quien siempre había amado, honrado y adorado.El Pontífice mismo quiso dar ejemplo, celebrando la solemnidad del Corpus Christi en Orvieto, ciudad en la que vivía entonces.A la edad de 14 años, Juliana fue admitida al convento, recibiendo el velo en 1206.En una de sus visiones más recurrentes veía una Luna oscurecida, es decir, resplandeciente, pero incompleta, con una banda negra que la dividía en dos partes iguales; esto se interpretaba con el hecho de que faltaba una fiesta en el calendario litúrgico.Encontró entonces refugio en varias abadías cistercienses, pasando por Val Benoît, Huy y Salzinnes.Permanece en gran veneración en la Orden del Cister, tanto por el apoyo que los padres cistercienses le dieron para llevar a cabo su misión, como por su devoción a San Bernardo, cuyos sermones sobre el Cantar de los Cantares recitaba constantemente, al punto de saberse este libro bíblico casi de memoria.