Juan José Domenchina

Conoció a Azaña en 1921 en la redacción de La Pluma, y cuando éste funda el Grupo de Acción Republicana en 1925, cuenta con el poeta Domenchina, al igual que hará en 1934, cuando se funda Izquierda Republicana; elegido presidente, fue secretario particular suyo.

Ya Melchor Fernández Almagro, al reseñar en 1930 este libro, señaló que «son muchos los versos de Domenchina que quedan inválidos»; les faltaría «sentimiento e intuición»; les sobraría feísmo expresionista, involuntaria comicidad: «Abdominia (¡!

Dividido en treinta partes, cada una correspondiente a las letras del alfabeto, en Dédalo se asiste al desfile de todas las pasiones humanas que, ocultas en lo más recóndito del subconsciente, estallan en forma de los siete pecados capitales: gula, avaricia, pereza, lujuria, ira, envidia y vanidad.

Esta preocupación por atraer al mundo material los entes que dominan el espíritu humano ya se había manifestado en el poemario anterior, La corporeidad de lo abstracto (1929), especialmente en la sección titulada “Caprichos”, que exponía en treinta y dos estampas las virtudes y vicios.

Con El diván de Abz-ul-Agrib juega al apócrifo inventándose un poeta oriental que compensa bien, con sus alardes coloristas y metafóricos, la monótona y obsesiva sequedad de su poesía última.

De la desesperación viene a sacarle la fe; aparece el tema religioso en sus últimos versos.

Puede decirse, pues, que dentro de la larga etapa del exilio hay una subdivisión; si los primeros libros muestran a lo vivo la angustia del que se siente arrancado de su suelo y sufre, hay un momento que respira dentro del mismo cuadro nostálgico y evocador una tregua de paz, de esperanza, que viene a apuntalar la fe recobrada: Sin embargo, su vida en el exilio fue triste y vacía.

El poeta se consideraba una sombra viviente, sin posibilidad de reflejarse en nada ni en nadie.