Apasionado a la vez por la Revolución francesa, cuyo recuerdo permanecía vivo en su familia, y por la filosofía de Baruch Spinoza, opta finalmente por la historia.
A la muerte de Mathiez en 1932, sigue su tesis con Georges Lefebvre y la presenta en 1937.
Contribuye a engrandecer el estudio de la Revolución francesa en el tiempo y en el espacio.
La comunicación suscitó grandes críticas, en un contexto de Guerra Fría, en el que la oposición entre los historiadores marxistas y el resto estaban exacerbadas.
Otras obras suyas son La Contre-révolution (1961), La Pensée révolutionnaire en France et en Europe (1964), La Prise de la Bastille (1965) y La Vie quotidienne sous le Directoire (1977).