A los doce años, se inició en la poesía, género que la guio en su adolescencia temprana.
Aun así, no se arrepiente de su decisión, pues alcanzó metas en su trayecto literario.
[4] En el año 1991, tras haberse graduado como licenciada, inició su nueva vida en la ciudad de Caracas.
Comenzó a trabajar en el recién creado Museo de Artes Visuales Alejandro Otero.
Simultáneo a esto, ejercía en la revista Versiones y Diversiones de Ateneístas Amigos del Ateneo de Caracas, donde logró ser la coordinadora editorial y creadora del proyecto.
En 1998 recibió su doctorado mención Cum laude en Ciencias Sociales por la Universidad Central de Venezuela.
Entre sus primeras lecturas reconoce a Stefan Zweig, Rubén Darío y Pablo Neruda; sin embargo, estos no la influyeron tanto como: Paul Celan, T.S Eliot, Rafael Cadenas, Yolanda Pantin, Anne Carson, Ted Hughes y Marguerite Duras, poetas a quienes leyó a edad adulta durante su etapa universitaria y su paso por talleres literarios.
Entre sus libros fundamentales sobre el tema destacan: Luba (1988), Día del perdón (2011) y Nosotros los salvados (2013).
La memoria del destierro de los ancestros se despierta y actualiza las separaciones que han construido al yo lírico.
El discurso poético carece de retótica, pues incorpora elementos coloquiales y el vocabulario del habla cotidiana.Su poesía tiende a una narración inspirada en los hechos que marcaron la vida de la poeta y, particularmente, vinculada a la herencia judía.
Con fragmentos de gran carga poética, aborda con igual fuerza la narrativa, el ensayo, la autoficción, la autobiografía, el cuaderno de notas, la crónica, dando por resultado un género aún más híbrido que pretende dar a conocer la narrativa del paciente.
En esta obra el temblor es el eje principal, en sus páginas hay textos autobiográficos sobre la enfermedad, reflexiones sobre libros y temblores ajenos, crónicas, entrevistas a terceros, citas de filósofos y poetas.
Esto la hizo blanco de burlas durante la infancia, las cuales la llevaron a la escritura.