[1] En 1677 el científico neerlandés Leeuwenhoek observó espermatozoides gracias a los microscopios que había construido.
Spallanzani realizó experimentos exitosos de inseminación artificial en peces y anfibios.
Hacia el año 1950, la inseminación artificial se convirtió en una industria establecida: en 1949 aparecieron métodos de congelación y descongelación del esperma y en 1950 surge la idea de añadir antibióticos al semen para prevenir enfermedades venéreas.
La inseminación artificial es usada en animales para propagar buenas cualidades de un macho en muchas hembras.
El semen es recolectado, refrigerado o/y congelado, y enviado a la ubicación de la hembra.
Para conservar el semen se diluye en una solución que contiene los componentes necesarios para mantener la viabilidad de los gametos tales como azúcares (usualmente fructosa), sales y sustancias tamponadoras, así como nutrientes tales como los aportados por la yema de huevo o la leche descremada.
Un macho bovino, en monta natural o dirigida puede preñar anualmente hasta 80 hembras, gracias a la inseminación artificial, de un macho es teóricamente posible obtener hasta 14 600 crías anuales, diseminando sus genes en todos ellos.
El mejor aprovechamiento del macho se refiere, por un lado a que sus genes son distribuidos en una mayor cantidad de crías, sin embargo ha de tenerse en cuenta también, que, dado que el semen se conserva en forma prácticamente indefinida, se puede obtener crías de ellos aun cuando hayan muerto.
Esto permite, entre otras cosas, seleccionar animales por características que sólo se pueden evaluar una vez muertos (rendimiento a la canal por ejemplo).
Los machos que aportan el material seminal deben encontrarse libres de toda aquella enfermedad, venérea o no, que pudiese transmitirse a través del semen, asegurándose así que no existe riesgo de transmitir enfermedades desde el macho a las hembras en cuyos sistemas reproductivos se depositará el semen.
Tanto fracturas, desgarros musculares, especialmente del tren posterior, pueden impedir que un macho realice normalmente el coito, siendo entonces la inseminación artificial una alternativa para obtener crías de ellos.
Por otra parte, los animales obesos o emaciados pueden pasar por periodos de subfertilidad.
La inseminación artificial reduce los costos de preñar las hembras, por un lado porque no requieren de sementales presentes en las fincas y por otro lado porque el material seminal, en la medida que la biotecnología se masifica, ha alcanzado valores relativamente bajos.
Procedimientos más complicados, como depositar los espermatozoides directamente en el útero, son empleados según cada caso y aumentan la probabilidad de que la fecundación tenga éxito.
Estas situaciones plantean conflictos éticos y legales cuando el paciente muere.
El procedimiento habitual previo a la inseminación consiste en realizar una serología que verifique que no existe riesgo de rubéola, toxoplasmosis, hepatitis B, hepatitis C, sífilis y VIH.
La principal diferencia entre este tipo de inseminación y la IAC es, por tanto, la obtención del semen.
En casos de infertilidad masculina, es necesario descartar el factor femenino haciendo anamnesis completa, exploración ginecológica convencional, citología, analítica básica, serología y ecografía transvaginal.
En ningún caso el donante puede ser elegido por la o los pacientes que van a recibir la donación.
[5][6] La única excepción es en algunos estados de Estados Unidos, no en todos, en los cuales se puede elegir el donante, lo cual no significa poder seleccionar ninguna característica del hijo: la herencia genética es una lotería y resulta imprevisible e imposible calcular qué características genéticas heredará el niño.