Aunque se desconoce su ubicación original, este lienzo —de notables dimensiones— debió formar parte de un retablo importante.
Sin embargo, se aprecian aquí notables diferencias estilísticas e iconográficas con respecto a aquella obra.
El pintor renuncia aquí a su tenebrismo primerizo y a la representación frontal de la Virgen, cuyos rostro y silueta aparecen bastante más alargados que en sus primera Inmaculadas.
Todo ello sugiere que esta obra pertenece a la madudez de Zurbarán.
La cabeza de la Virgen —rodeada por un nimbo— está armoniosamente circunscrita por cabecitas de ángeles difuminadas en una nube circular, y se inclina hacia la izquierda del lienzo, mirando hacia abajo.