Ascendió a teniente de navío en 1778 y se le confirió el mando del jabeque San Luis, destinado al corso contra los moros y berberiscos.
En 1794 fue ascendido a jefe de escuadra y al año siguiente se le dio el mando de una escuadra destinada a dar la vuelta al mundo, compuesta por los navíos Europa y Montañés, las fragatas Fama, Lucía y Pilar, más la urca Aurora.
Hizo escala en las Marianas y Manila, donde estableció el Apostadero de Marina.
Rectificó muchos accidentes hidrográficos en las cartas marinas de tan remotos parajes, permaneciendo estacionado en aquellas posesiones españolas.
Mandaba la vanguardia, pero al trocarse la línea por la famosa orden de Villeneuve, se convirtió en retaguardia, quedando por su popa la escuadra de Observación, al mando del general Federico Gravina.
El rescate del Santa Ana dio lugar a una reclamación por parte del almirante británico Cuthbert Collingwood, argumentando éste que don Ignacio era su prisionero por haberse rendido.
Álava le contestó «Que cuando el oficial de mando, Francisco Riquelme, rindió el buque, él estaba sin conocimiento y que por tanto no se había rendido y que su sable y espada, símbolos de sus servicios, estaban todos en su poder».
Consiguió alistar, venciendo muchas dificultades, ocho navíos, varias fragatas y buques menores, que en un momento dado pudieran hacer frente a los británicos, que aún cruzaban frente a las costas gaditanas.
Al estallar la Guerra de la Independencia Española se trasladó a Cádiz y tomó el mando de los buques que se pudieron reunir y armar para combatir al nuevo enemigo.