[2] Por eso se ha dicho que logró formar escuela y que también tuvo entre sus oficiales al hermano Fray Domingo, lego franciscano mencionado a fines del siglo XVIII por Juan de Ascaray, quien floreció por los años 1640 y viajó cuatro años después a España, en compañía del Padre Custodio Diego Vélez.
[4] Igualmente, entre sus más conocidos obras están las dos gigantescas que se hallan a la entrada del templo actual de la Compañía, tituladas El Infierno o las llamas infernales y El Juicio Final o la resurrección de los predestinados, que causaron terribles efectos psicológicos en la mentalidad supersticiosa de esa época; pues, según opinión del Padre Mercado, ambas pinturas fueron «como predicadores elocuentes y eficaces que han causado mucho bien y obrado muchas conversiones».
De la Cruz vivió el momento máximo de tenebrismo en la colonia, donde las penitencias y las mortificaciones eran lo usual para obtener el favor divino y había que aprender diariamente a morir para ganar la vida eterna.
Algo nuevo, liberador y jubiloso, pues ella misma escribió al padre Antonio Manosalvas: « Desde que trato las cosas de mi alma con el Hermano Hernando de la Cruz, vivo una vida alegre ».
[6] Su elogio fue escrito por el padre Jacinto Morán de Butrón, S. J. No nos ha quedado su descripción física.