Estos lagos se hallan completamente cubiertos por el manto de hielo glaciar, siendo evidenciados por la extensa planicie helada que los cubre.
Estas erupciones funden anualmente unos 0,2 a 0,5 km³ de hielo, y en períodos particularmente activos se derrite suficiente material como para llenar la caldera del Grímsvötn con agua: el ascenso de presión resultante eleva graduamente la masa glacial que reposa sobre el conjunto.
Finalmente se producen fisuras en el hielo mientras enormes cantidades de agua escapan violentamente al exterior.
Dado que este fenómeno implica gran peligro para la actividad humana en la parte baja de los valles asociados, la caldera del Grímsvötn es monitoreada cuidadosamente por vulcanólogos, glaciólogos y otros especialistas.
Cuando ocurrió la gran surgente de 1996, los geólogos que estudiaban el fenómeno predijeron la inminencia del peligro con suficiente anticipación.
La erupción repercutió en el clima mundial, y atrajo por primera vez la atención de científicos sobre la importancia que tales eventos podrían tener en la dinámica climática del planeta.
[6] Los lagos no se congelan por completo a causa del calor volcánico, además las bacterias pueden sobrevivir con una cantidad muy baja de oxígeno.