La historia guarda el recuerdo de un hombre firme y severo, pero justo.
[1] Era un pastor ejemplar, se dedicaba a la abstinencia con gran rigor, solo comía pan hecho con cebada, solo usaba vino diluido en agua y pasaba largas horas en oración.
Vivir "como una anacoreta en la mitad del mundo", según Gregorio de Tours, su bisnieto.
Era un lugar con muchas reliquias, donde venía a meditar y rezar de noche.
Gregorio erigió esta costumbre y prohibió por decreto que todos sus seguidores fueran enterrados en otros lugares.
La leyenda dice que en el camino a su convoy fúnebre, pasando frente a la prisión, los prisioneros imploraron al difunto y que realizó su primer milagro: las puertas del establecimiento penal se abrieron por sí mismas.