Cayo Julio Fedro

Deja en el prólogo primero bien clara su intención: Asimismo, en el del lbro II perfila aún más su cometido, quizá previniendo posibles dobles lecturas, como en efecto ocurrió: Los dos primeros se divulgaron en época del emperador Tiberio y le valieron un proceso judicial por parte de su favorito Sejano, al parecer por alusiones indiscretas contra el emperador; sigue en ellos muy estrictamente el modelo de Esopo; los tres últimos los escribió ya de edad avanzada, bajo los emperadores Calígula y Claudio, y se permite recurrir también a otras fuentes: anécdotas y hechos históricos protagonizados por personajes humanos, por lo que cabe hablar también de apólogos.

Su nombre solo volverá aparecer en la obra de otro fabulista posterior, Aviano, en el siglo IV.

[4]​ A comienzos del siglo XVIII, se descubrió en Parma una copia de otro manuscrito hoy perdido con sesenta y cuatro fábulas, hecha por el arzobispo y gramático Nicolò Perotti hacia 1465; de esas 64 había treinta nuevas agrupadas en la llamada Appendix Perottina; esta copia solo llegó a publicarse en 1808, pero fue sustituida por un manuscrito menos estragado de Perotti encontrado en la biblioteca Vaticana y publicado en 1831.

En ellas se desarrolla el concepto de protesta social que ya se hallaba en su modelo griego y que parece corresponder a la filosofía cínica, adaptándolo al contenido y a las costumbres de su época.

Su estilo es conciso y elegante, pero no se niega a introducir pasajes en lengua coloquial cuando es preciso, en las escenas dialogadas.

Entre las completas, la más conocida al español es la de Francisco Javier de Idiáquez (Burgos, 1775), corregida y anotada luego por José Carrasco, si bien atenuó el texto o lo suprimió cuando consideró que había elementos impúdicos.