Una comisión ordenada por la Colegiata en Madrid en 1785 le permitió conocer a Pedro Rodríguez Campomanes y a Melchor Gaspar de Jovellanos.
[2] Después, en 1787, fue señalado canónigo por designación real de Guadalajara (México) (1787-1799) y más tarde gobernador eclesiástico de la diócesis del Nuevo Reino de León (Monterrey, 1790-1792), así como canónigo magistral de la Catedral Metropolitana de México (la obtuvo en 1797, al tercer intento, pero solo tomó posesíón en 1799, y la desempeñó hasta su muerte en 1804).
El arzobispo Alonso Núñez de Haro (1729-1800), quien era hebraísta como él, le confió la dirección espiritual del convento que las monjas capuchinas tenían en la Villa de Guadalupe, que apreciaba especialmente y donde fue enterrado su corazón.
Fue un ilustrado partidario del reformismo impulsado por Carlos III y amigo de Jovellanos, Campomanes y el poeta Juan Meléndez Valdés, quien dirigió a su "tierno amigo" la desgarrada Epístola V.
Pero tenía algunos enemigos en Salamanca, como el obispo Felipe Bertrán, quien dio a Floridablanca una informe sobre el catedrático Gaspar González de Candamo fechado el 20 de agosto de 1783 donde lo consideraba mal hebraísta y peor escriturista.