Francisco de Céspedes

Hernandarias, quien había gobernado la región y cuyo juicio de residencia había puesto de manifiesto su honradez en el ejercicio del cargo era tenido por el favorito "para que volviese a gobernar aquella tierra donde lo tienen por padre y amparo".

Bahía era en esa época capital del Brasil, colonia portuguesa en momentos en que Portugal estaba bajo la Casa de Austria.

Salazar había sido enviado para encausar a Góngora por graves y escandalosos hechos de corrupción.

Excluyendo a Hernandarias, casi todos los funcionarios estuvieron comprometidos en mayor o menor grado con el contrabando.

Los indios reducidos e incluso grupos de charrúas, antes reacios a toda colaboración, vigilaban la costa para dar aviso si veían algún navío.

Aunque el ataque holandés no se concretaba, Céspedes hizo traer tropas a Buenos Aires para fortalecer su control del Río de la Plata y abogó por la creación de una plaza fortificada en Montevideo para impedir que los enemigos se adelantaran.

Tras correr rumores de que Céspedes "iba a darle garrote en la cárcel misma", su primo el obispo fray Pedro Carranza formó grupos de clérigos, frailes, capitulares y vecinos armados y marchó al edificio del Cabildo, en cuya planta baja funcionaba la cárcel.

Carranza salió a su encuentro vestido con sus ornamentos y lo excomulgó, ante lo cual sus tropas lo abandonaron de inmediato, ya que ningún cristiano podía servirlo.

No obstante, sin más incidentes que unos disparos de cañón del Fuerte para intimidar a los visitantes, la flota holandesa se retiró, dejando para la historia el primer cuadro de la gran aldea vista desde el río.

Vergara tenía suficientes relaciones en Charcas para conseguir su absolución, pero finalmente obtuvo su libertad por el indulto otorgado en el marco de la aministía general que otorgó el rey en 1631 con motivo del nacimiento del príncipe Baltasar Carlos de Austria.

Vuelto a Buenos Aires y repuesto como Regidor Perpetuo, Céspedes optó ya por dejarlo tranquilo .