[2] Sus profesores son Manuel Menéndez, Rafael Doménech, Marín Magallón, José Garnelo, Moreno Carbonero y Cecilio Pla.
Después de este primer intento sin éxito, cumple su servicio militar en el Marruecos español.
En 1946, con 35 años, presentó su primera exposición individual en la Galería Buchholz de Madrid con cuarenta y nueve cuadros, que supuso su proyección nacional e internacional.
Mantuvo amistad con Alberto Sánchez, con sus compañeros en la Escuela de San Fernando: Rafael Zabaleta, Juan Antonio Morales, los hermanos Conejo, Maruja Mallo y Cristino Mallo (con este compartió estudio y tertulia durante muchos años); Pancho Cossío ( con quien expuso conjuntamente en Lisboa) ; Agustín Redondela, Cirilo Martínez Novillo, Pedro Bueno.
En la nómina de aquellas tertulias se enlutan ya muchos nombres: Milicua, Gaya Nuño, Zabaleta, Pancho Cossío, Mateos, Pedro Flores, Martín Caro, Villalobos, Juan Guillermo, José María de Ucelay, Uranga, Acebal Ydígoras, Baeza, Planes, Hernández Carpe, Antonio Gómez Cano, Ceballos, Genaro Lahuerta, Leonardo Martínez Bueno, Ortega Muñoz, Perceval, Viola, ¿tantos y tantos!.
Quedan, por fortuna, otros muchos: Martínez Novillo, Redondela, Guijarro, Álvaro Delgado, García-Ochoa, Vela Zanetti, Antonio de Miguel, Abuja, Mampaso, Modesto Ciruelos, Alberto Duce, Ángel Medina, Navarro Ramón, Barjola, Vargas Ruiz, Lozano, Víctor González Gil, Carlos Ferreira, Bisquert, Antonio Palacios, Cristino de Vera, Paco Alcaraz, Javier Clavo, Pepe Lapayese, Molina Sánchez, Juan Haro, Prieto Nesperéira, Julio Antonio Ortiz, Sansegundo, José Díaz, Capuleto...
[4] Francisco Arias invita en sus obras a la comprensión de un clima en el que todo se enaltece por su melancólica, lírica y desgarrada entrega.
Armoniza la acritud de sus materiales vivos con la ternura sensible y como dejada que envuelve en todo instante su obra.
[7] La temática de sus obras se concentra en el paisaje, la figuración humana, en la que destacan los desnudos, y los bodegones.
Se aprecia un cambio en la mitad de esta década cuando los colores en sus lienzos tienen una presencia térrea y más apagada, al tiempo que la pincelada se hace más suave (Paisaje Castellano, c1945-6).En estas obras está el germen de su posterior madurez y continuidad en lo paisajístico.
[11] Al fin de los años sesenta mantiene su sobrio lenguaje propio, su soledad geológica, su idealismo poético, su armonía casi mágica y sus refinados valores táctiles, aunque se manifiesta una tendencia a aclarar sus colores y profundizar en sus texturas.
Sus bodegones, habitualmente compuestos con la sobriedad de un teorema geométrico, incluyen objetos que todos hemos frecuentado desde la niñez.
[14] Francisco Arias sabe percibir la poesía en los objetos humildes y consigue la armonía de color que es distintivo del género.