[4] En los años 50 comenzó a frecuentar las tertulias del Ateneo de Madrid y el Café Gijón, donde se relacionó con escritores y poetas como Luis Rosales, Gerardo Diego, Miguel Delibes, Antonio Buero Vallejo...
Con veinte años ya leía a Pablo Neruda, Miguel Hernández y Vicente Aleixandre.
Según manifestó acerca de ese momento, "Quemé las cinco carpetas que tenía con mis anteriores trabajos y empecé con Ítaca".
[10][11] En 1976 publicó el poemario Trescientos escalones, dedicado a su padre y por el que le concedieron el Premio Ciudad de Irún ese mismo año.
Dos años después publicó La otra música, completando esta primera etapa de su obra.
Seis años después, volvió a publicar varios libros de poesíaː La herida absurda (2006) y Nanas para dormir desperdicios (2007).
Ese año publicó Los maestros cantores y en 2012 Conversaciones con mi animal de compañía.
[14] Como la propia poeta declaró, “la poesía es una herramienta del conocimiento y sirve para sacar lo que llevamos dentro”.
En este sentido, a nivel temático, la poesía de Francisca Aguirre se mueve por un lado como testigo del mundo en el que vive: “Si el artista no acepta un principio de realidad está perdido.
[19]Por otro lado, la reflexión, de un marcado carácter existencial, se une umbilicalmente a su mirada externa para conformar un universo propio, proteico, dual y a la vez concentrado en un núcleo en el que la poesía es el rastro de la vida, lo perenne.