Según la tradición popular, esta fiesta conmemora la victoria cristiana en la batalla de Clavijo y la liberación del legendario "Tributo de las cien doncellas", que los reyes asturleoneses venían pagando anualmente a los califas musulmanes.
«No hay memoria en la Catedral del año en que empezó la fiesta de las Cantaderas», señala José González en su obra Pulchra Leonina.
La sotadera, representante enviada desde Córdoba para elegir a las cien doncellas, que la Pícara Justina juzga como «la cosa más vieja y mala que vi en toda mi vida», lo hacía de San Marcelo, donde en el presbiterio destacan dos vidrieras, luminosas y coloristas, alusivas a esta fiesta, una en el lado sur o de la epístola, visible desde la capilla de la Inmaculada, y otra, la relativa a la sotadera, en el lado norte o del evangelio, perceptible desde la capilla del Cristo de los Balderas.
Allí, sitúa la sotadera el arco floral que porta, y en una mesita próxima, las Cantaderas depositan sus cestillos.
Al cabo, el escribano del Corregimiento, por su parte, levantaba acta de que la merced era una donación y, por ello, una oferta.
Finalizado el acto del Foro u Oferta propiamente dicho, se celebra la eucaristía, y, después, ante la imagen de la Virgen Blanca, situada en el mainel de la puerta del Juicio Final, al igual que han hecho al llegar y ante Nuestra Señora del Foro u Oferta, mientras suenan la dulzaina y el tamboril, las Cantaderas interpretan la cantiga décima de Alfonso X el Sabio, (¿Donna d’as Donnas?