Una voz le contestó desde la pared del valle, diciéndole que no tuviera temor alguno.
No comprendió de dónde se le hablaba, pero un rayo iluminó fuertemente el lugar, salvando a la pastorcilla.
El alférez, que estaba a cargo de ella y la costeaba, era pobre, pero cumplió con sus obligaciones tan bien como se lo permitían sus recursos.
Unos pastores que llegaban atrasados a la fiesta, se encontraron en el camino al pueblo con una señora desconocida.
Ella respondió con tristeza: "Voy a otro lugar, donde he de ser venerada en forma más digna’’.
Llamó la atención del curandero, porque era muy bonita, y quiso tomarla para llevársela al gobernador en símbolo de compasión.
Pero justo en ese momento desapareció, y en la roca quedó tallada la imagen de la Virgen.
El curandero se asustó mucho y corrió a ver al gobernador, contándole lo que le había pasado.
Este no quiso creerle, pero después dijo: "Si mientes, te voy a quemar vivo allá mismo".
Los Padres fueron al sitio y quisieron sacar la figura de la Virgen con cinceles en la roca para colocarla en un paraje más accesible, pero les fue imposible penetrar en la dura roca, que resistió a todos sus empeños.
Para confirmar esta aseveración se dice que existen los ropajes con que se le vestía, algunos son del siglo pasado y estos no medirían más de 20 centímetros.
Miles de personas se trasladan a Livílcar desde Arica, Iquique, Bolivia y Perú en ambas fechas, especialmente en la primera ya que es la mayor.
El asfalto se acaba cuando todavía faltan 20 kilómetros para llegar, y esa distancia hay que cubrirla a pie o a lomo de mula, atravesando el cauce seco del río.
Esto anticipa una de las notas predominantes del santuario: el espíritu penitencial.
Esto indica que se está próximo a llegar al Santuario.
Antiguamente, muchas de estas llevaban vestón oscuro y pantalón blanco.
Su baile es obviamente lento, por ser de tipo religioso, ajeno a las manifestaciones carnavalescas.