Esto sucedió por la aplicación de la koiné (en el helenístico y en el Nuevo Testamento en griego) del término daimonion (δαιμόνιον)[2] y más tarde se atribuyó ese sentido maléfico a cualquier palabra afín que compartiera la raíz, cuando originalmente fue previsto para denotar simplemente a un "espíritu" o un "ser espiritual".El Diccionario Merriam-Webster le otorga su origen etimológico a partir del verbo griego daiesthai que significa "dividir, distribuir".El "daemon" helenístico terminó por incluir a muchos dioses semíticos y del cercano oriente, como fue evaluado por el cristianismo.En algunas culturas actuales, los demonios son aún temidos por la superstición popular, debido en gran parte a los mencionados poderes de posesión demoníaca en criaturas vivas.Estos eran considerados seres excelsos, ya que permanecían entre los gobiernos (montes) de los dioses y no se daban a conocer al pueblo.Demonio también es un sinónimo de diablo y proviene del verbo griego διαβάλλωηΞ (diabál•ló), que significa, entre otras cosas: ‘calumniar, falsear, mentir’.En 2 Samuel 24:16 y 2 Crónicas 21:15 al demonio que esparce la pestilencia se le llama "El ángel exterminador" (comparar "el ángel del Señor" en 2 Reyes 19:35; Isaías 37:36), porque, a pesar de que son demonios, estos "mensajeros del mal" (Salmos 78:49 y A. V.Para curar dichas enfermedades era necesario sacar los demonios por ciertos encantamientos y rituales con talismanes, en los que sobresalían los esenios.La realidad de los demonios nunca fue cuestionada por los talmudistas y rabinos posteriores, más bien se aceptaba su existencia como un hecho.Si bien un daemon era benéfico o malévolo, la palabra griega significa algo diferente de las nociones medievales posteriores de 'demonio', y los estudiosos debaten el momento en que judíos y cristianos cambiaron el sentido griego para obtener luego su sentido medieval.Esta definición también abarca a los Nephilim, los "hijos de Dios" (descritos en el Génesis) que abandonaron sus puestos en el Cielo para aparearse con mujeres en la Tierra, antes del diluvio.Sin embargo, Jesús nunca se dejó vencer por un demonio, no importa cuán poderoso fuera (ver el relato del endemoniado a Gerasim), e incluso derrotó a Satanás en el desierto cuando este intentó tentarlo (ver Evangelio de Mateo).De acuerdo a la demonología cristiana los demonios fueron castigados eternamente, pues nunca se reconciliarán con Dios.En el cristianismo contemporáneo los demonios son, generalmente, considerados como los ángeles que cayeron de la gracia al rebelarse contra Dios.Cuando estos híbridos (Nephilim) murieron, dejaron sus espíritus desencarnados "vagar por la tierra en busca de descanso" (Lucas 11:24).Esas cualidades estarían reflejadas en la tríada inversa: primero Lucifer destructor, después el Diablo pervertidor (que supuestamente sería el Anticristo), y finalmente Satán oscurecedor.Por lo general, rondan ruinas, desiertos y lugares abandonados, sobre todo en los matorrales, donde transcurren las bestias salvajes.En la religión hinduista existe el concepto de "asura" para designar aquellos entes que la tradición occidental identifica como demonios.El antiguo hinduismo afirma que los llamados "devas"(espíritus del bien) y los asuras son medio-hermanos, hijos del mismo padre, Kasiapa, pero algunos de los devas, como Varuna, de igual forma se les llama Asuras.Se tienen registros en libros de que los griegos y los romanos solían creer en un demonio (entre otros) llamado Sharock, el cual se identificaba con una X que plasmaba en objetos (hoy en día, personas dicen ser testigos de encontrar objetos poseídos con esta marca).El imaginario occidental sobre el demonio, que ahora tenía en el Diablo del cristianismo su máximo representante, experimentó un verdadero "boom" durante los inicios de la era moderna.Angustiadas por fenómenos inauditos como el descubrimiento de nuevas tierras o el impacto espiritual y social que significó el periodo de la Reforma, las sociedades europeas buscaban un sentido para explicar la existencia humana y los peligros espantosos que la asechaban,[32] entonces Occidente construía su identidad colectiva.Estas, pese a su apariencia inofensiva, constituían auténticos enemigos o traidores ocultos dentro de la sociedad.[33] La triple naturaleza (humana, animal y sobrenatural) atribuida a las brujas las convertía en seres híbridos cuya sola existencia desafiaba las fronteras de la civilización, representando un constante impedimento para todo intento racional de definir dónde empezaba y dónde acababa lo estrictamente humano.[34] La dicotomía entre la bondad humana y la perversión animal era tan solo producto de la cultura élite occidental, una cultura cristiana, mayoritariamente clerical, cuyos fundamentos se habían reforzado considerablemente tras el periodo de las Reformas religiosas que tuvieron lugar a lo largo del siglo XVI.[35] El acercamiento del demonio hacia el hombre, reflejado en la interiorización del pecado, hizo mucho más significativa la idealización de la bruja, y les dio armas a los teólogos para combatir a estos seres demoníacos en una cacería que sería vista como una verdadera defensa de la civilización cristiana europea.[36]En términos históricos, el peso de la culpabilidad personal aumentó considerablemente para los cristianos más conscientes... Al seguir su huella en la representación imaginaria, es posible ver afirmarse un mito mucho más amplio que la forma religiosa y moral que lo promovió: el de la responsabilidad total del individuo.El mundo era entonces un universo fundamentalmente encantado, enteramente poblado por una divinidad omnipresente que tenía bajo su tutela al Demonio, pero, no obstante, le permitía actuar dentro de límites estrictos sobre los seres humanos imperfectos y pecadores.En el cine basado en hechos reales, el demonio ha tenido su expresión fílmica más impactante en la película El Exorcista, así como sus secuelas y precuelas posteriores.El Exorcista(1973) del director William Friedkin, con la actuación de Linda Blair y Max von Sydow, se ha convertido con el tiempo en una película de culto debido a su fuerte temática y sigue provocando auténtico terror: la posesión demoníaca sobre personas inocentes.