Las lavas basálticas son poco comunes en este caso, aunque hay ejemplos, como la erupción del Monte Tarawera en 1886.
Cuando son breves, las erupciones plinianas pueden durar menos de un día, pero en algunos casos pueden prolongarse durante días e incluso meses.
La cantidad de magma expulsado puede ser tan grande que provoque el colapso del cono volcánico, apareciendo una caldera.
Usualmente, las erupciones plinianas van acompañadas de grandes estruendos, como los que se oyeron con la explosión del monte Krakatoa.
La presión aumenta enormemente, generando temblores de tierra que suelen anticipar a la erupción, hasta el momento de la misma, en que el gas logra liberarse con gran estruendo, y usualmente haciendo explotar la cumbre del volcán.
Por su parte, la difusión de estos contaminantes es sencilla, al no haber ningún obstáculo natural.
Por ello, cuando las erupciones son importantes, sus efectos pueden notarse en rangos que van de la escala sinóptico-continental (afectan a todo el continente) hasta la global.