[13] Y otros autores han destacado también que el amplio conjunto de señoríos que llegó a poseer fue uno de los últimos grandes dominios de «persona real» que se formarían en Andalucía en la Baja Edad Media.
[3] En opinión del eclesiástico e historiador Manuel Nieto Cumplido, es casi seguro que sus padres se conocieron en Córdoba y cuando ya Enrique II había subido al trono, lo que ocurrió en 1369.
Y de nuevo según la tradición, Enrique II intentó que su antigua amante se casara con algún hombre adinerado que le asegurara una cómoda existencia, pero Juana de Sousa se negó alegando que el único «amor de su vida» había sido el monarca castellano, por lo que durante el resto de su vida la mencionada señora vivió dedicada por entero a su hijo Enrique.
Enrique de Castilla poseía un «magnífico» palacio mudéjar en Córdoba,[b][34] que fue la ciudad donde residió habitualmente,[21] que se encuentra en el número 13 de la calle Rey Heredia.
[35] Dicha calle fue conocida hasta 1861[34] como calle del Duque[36] , debido precisamente a que el propio Enrique de Castilla, Primer Duque de Medina Sidonia, ostentaba allí su palacio y residencia.
[8] El historiador Ignacio Garijo Pérez llamó la atención sobre el hecho de que un individuo con la categoría social que poseía el duque Enrique de Castilla, que por su posición podría haber llegado a ser el tronco de una destacada «casa nobiliaria», falleciera a los veintisiete años de edad sin haber contraído matrimonio y sin haber dejado descendencia.
[6][8] Y tras la muerte del duque todos sus señoríos volvieron a pertenecer al realengo por haber fallecido sin dejar herederos, como advirtió Esther Alegre Carvajal.
[14] Y conviene señalar que la tumba se encontraba situada junto al altar del apóstol Santiago[50] y también que en el mismo templo fueron sepultados la madre de Enrique de Castilla,[51] sus abuelos maternos y su abuelo paterno, el rey Alfonso XI de Castilla.
[37] Desde principios del siglo XX,[u] y por iniciativa del arquitecto Ricardo Velázquez Bosco,[v] los restos mortales del duque reposan bajo una «sencilla lápida» y «sin emblemas» colocada junto al muro del lado del Evangelio[14] de la capilla mayor de la Mezquita-catedral de Córdoba en la que está esculpido el siguiente epitafio:[1][54][8][55] La lápida es de mármol azulado y probablemente fue realizada en el siglo XVII, aunque Nieto Cumplido precisó que la tumba se encuentra junto a la cabecera del crucero de la catedral cordobesa[w] y al lado izquierdo del altar mayor.
[56] Además, la desconsolada madre solicitó al cabildo catedralicio cordobés que le permitieran instalarse en una habitación dentro del propio templo para estar siempre cerca de la tumba de su hijo, a lo que accedió el cabildo, y según la tradición ya nunca abandonó el edificio y vivió allí durante el resto de su vida.
[54] Y el legendario relato también afirma que por las noches, cuando la Mezquita-catedral permanecía cerrada al público, Juana de Sousa acostumbraba a pasear entre las columnas «sin rumbo definido».