Sus novelas en el siglo XX jugaron un papel importante en la apertura a Occidente de Asia y África.
Durante su paso a través de Nuevo México, escribió sus experiencias de viaje a su cuñado, quién, sin saberlo ella, envió las cartas que le escribió al The New Yorker.
Allí se involucró con las figuras más destacadas de Shanghái, como el rico Sir Victor Sassoon, que tenía la costumbre de llevar a cenar consigo a su mascota, un gibón llamado Mr Mills, vestido con un pañal y un pequeño esmoquin.
Apoyándose en su trabajo como escritora para The New Yorker vivió en un apartamento en el barrio rojo de Shanghái, y llegó a estar relacionada románticamente con el poeta y editor chino Sinmay Zau (en chino tradicional, 邵洵美; pinyin, Shao Xunmei).
Hahn visitaba con frecuencia la casa de Sinmay, lo que no era nada convencional para una mujer occidental en los años treinta.
Cuando los japoneses entraron en Hong Kong unas semanas después, Boxer fue encarcelado en un campamento para prisioneros de guerra, y Hahn fue retenida para ser interrogada.
«¿Por qué [...] has tenido un niño con el mayor Boxer?» «Porque soy una chica mala», bromeó Hahn.
Continuó escribiendo artículos para The New Yorker, así como las biografías de Aphra Behn, James Brooke, Fanny Burney, Chiang Kai-shek, D. H. Lawrence y Mabel Dodge Luhan.
Según su biógrafo Ken Cuthbertson, aunque sus libros siempre recibían críticas favorables, «su versatilidad, que la capacitaba para escribir con autoridad sobre casi cualquier tema, desconcertó a sus editores quienes parecían perdidos en cuanto a cómo promover o comercializar un libro de Emily Hahn.
Hahn según se dice fue a su oficina en The New Yorker diariamente, justo hasta unos meses antes de que muriera.
En 1998, el autor canadiense Ken Cuthbertson publicó la biografía Nadie Dijo No Ir: La Vida, amores y aventuras de Emily Hahn.