La ópera fue compuesta en 1911, pero fue rechazada en su primera presentación, por lo que fue estrenada siete años más tarde en Budapest.
Tras una recepción con opiniones muy desiguales sobre la obra (que no caló demasiado en el público), fue reformada para ser reestrenada en 1938.
Esta ópera tuvo muy poca difusión debido a su formato corto, dura solo poco más de una hora, y tiene grandes exigencias orquestales y escénicas.
A continuación se pone al descubierto un tesoro, pero todas las joyas están manchadas de sangre: el hombre no puede lograr nada en este mundo sin hacer daño.
Sin embargo, Judith, a causa de su inclinación por este hombre extraño (que en realidad es el arquetipo del hombre), y tal vez por el eterno deseo femenino de redimirlo, le pide también la última llave.