El alquimista (relato)

Sus torreones, ahora demolidos por las tormentas y el paso del tiempo, fueron siglos atrás una de las más temidas fortalezas francesas, nunca invadida.

Pero ahora la miseria ha oscurecido su antiguo esplendor, pues la altanería de los menguados descendientes ha impedido el ejercicio del comercio.

Su vida ha sido atormentada: su madre murió en el parto y su padre, alcanzado por una piedra desprendida del ruinoso castillo, tan sólo un mes después.

Godfrey, que se había ocultado en una estancia del castillo, es encontrado sano y salvo.

Así, accede por una trampilla a un pasadizo subterráneo al final del cual se topa con una maciza puerta de roble que no logra abrir.

En su umbral, una figura humana, casi fantasmal, destellando odio por sus ojos, le relata en un latín medieval, cómo Charles Le Sorcier, el hijo de Michel, regresó para matar a Godfrey, y ocultándose en la estancia subterránea, donde se puso a la búsqueda del elixir de la eterna juventud, mató luego al hijo de este, y a todos los que le sucedieron, cuando iban cumpliendo la infausta edad.

Al recobrar el conocimiento, sumido en la oscuridad, con eslabón y pedernal, enciende «la antorcha de repuesto».