Peropalo

Aunque se le confecciona la noche de sábado al domingo de carnaval –es esta una fiesta variable en razón del ciclo lunar- ya el domingo anterior se ha paseado la cabeza, cubierta con un sombrero negro, clavada en un fuerte palo y con un pañuelo blanco al cuello.

Un fuerte palo, colocado por la entrepierna, permite levantarlo y trasladarlo de forma visible para la multitud.

En esos momentos matutinos unos acompañantes simulan llorar y otros manifiestan su alegría por el prendimiento del protagonista.

Luego, tras dar varias vueltas a la aguja, entre gritos estentóreos de los acompañantes, se le coloca mirando hacia la plaza.

La bandera es blanca con puntos rojos y en el centro tiene una media luna dorada con rostro antropomórfico.

La larga comitiva da varias vueltas por las calles del pueblo cantando coplas relacionadas unas con el Peropalo, que algunos llaman coplas peropaleras, y otras de carácter tradicional; se acaba la procesión en la plaza, donde, al lado del lugar en que están los calabaceros, se hace un gran círculo, cerrado por los alabarderos, para proceder a la “jura de bandera”.

Al muñeco se le sustituye por otro, decapitado, con diferente ropaje y, en unas angarillas, se le conduce a la plaza para quemarlo; un grupo de plañideras lo acompañan lamentando su muerte y aludiendo a los favores sexuales recibidos.

Como la fiesta es de carácter tradicional no se conocen sus orígenes y hay diversas interpretaciones sobre su significado.

En cambio, quienes lo analizan desde la Antropología, lo explican como una conjunción de rituales paganos, de carácter invernal, en los que se intentaba, por la creencia en las fuerzas mágicas, hacer renacer la naturaleza aletargada durante el frío invierno; por su importancia para la colectividad, estas fiestas invernales se perpetuarían a lo largo de los siglos y, cuando el cristianismo quiere desterrarlos se fusionan en uno solo ritual, como ocurre en todo el carnaval europeo.

El Peropalo en la aguja.