La actual diócesis es fruto de la unión plena establecida en 1986, de dos antiguas sedes episcopales: Alife, documentada a finales del siglo V; y Caiazzo, erigida en el siglo X.
[2] Un antiguo epígrafe funerario reporta el nombre del obispo Severo.
En 876, una incursión sarracena destruyó toda la ciudad, comprendida la antigua catedral de Santa María, situada cerca de las murallas romanas (en la esquina entre las actuales Puerta Romana y Puerta Piedimonte) y de la cual eran visibles las ruinas hasta las primeras décadas del siglo XX.
Los obispos del siglo XII conocidos por la historiografía son Roberto, Pietro, Baldovino y Landolfo.
Los enfrentamientos fueron siempre frecuentes y en algunos momentos dramáticos, como el caso del obispo Domenico Caracciolo, asesinado a tiros la noche del 14 y al 15 de octubre de 1675.
Posteriormente, el obispo Giuseppe de Lazzara (1676-1702) lo trasladó a su ubicación actual en Piedimonte.
[8] «Particularmente singular es la figura del obispo Gennaro Di Giacomo en los años de la unificación italiana, cuyas operaciones militares afectaron directamente a la diócesis de Alife.
Monseñor Di Giacomo ofreció colaboración directa al nuevo Reino de Italia, hasta el punto de que fue recibido, primer obispo del Sur, por Víctor Manuel II, quien en 1863 lo nombró senador del reino.
La leyenda está ligada al viaje que hizo san Pedro desde Nápoles a Roma, y se apoya sobre los restos de un antiguo templo subterráneo encontrado bajo la iglesia parroquial de San Pietro del Franco.
Según otras tradiciones el primer obispo caiatino habría sido Arigisio, quien vivió en época incierta.
A su muerte, el arzobispo Gerberto y el príncipe de Capua Pandolfo Testadiferro eligieron Stefano Minicillo, antiguo rector de la iglesia del Santísimo Salvador Mayor en Capua.
Durante el siglo XVII destaca el obispo Filippo Benedetto (1623-1641), sea por sus dotes de pastor como por haber hecho construir a sus expensas los muros de la ciudad; a él se debe también la restauración y ampliación del seminario, restaurado posteriormente por Giacomo Falconi en 1721.
El soberano les envió al arzobispo metropolitano de Capua, único competente para solucionar la delicada cuestión.
Francesco Serra-Cassano, un mes después de su creación como cardenal, trató del tema con la Sede Apostólica por casi 18 años.
Antes de morir Di Girolamo participó también en las primeras sesiones del Concilio Vaticano II.