Dama con abanicos
Nina de Villard, la mujer retratada, era una figura extravagante y enérgica que había convertido su casa parisina en un salón frecuentado por una mezcolanza literario-artística de alcance nacional: entre los habituales figuraban personalidades como Paul Verlaine, Stéphane Mallarmé, Anatole France y, por supuesto, el propio Manet.[1] Manet representa a su amiga en una pose informal y nada convencional: Nina, de hecho, está tumbada en un diván, apoya un codo en un cojín grande y está envuelta en un vestido negro de exótico estilo argelino (que solía llevar en las recepciones) que aporta volumen a la figura, bien separada así de los tonos blancos del sofá, del perrito grifón y de la pared monocromática del fondo.Esta última, en particular, está decorada para la situación con tapices y abanicos japoneses, que en ese momento gozaban de enorme popularidad en Europa (el tapiz estaba en su estudio y es el mismo que aparece en su Retrato de Stéphane Mallarmé y en Nana): esta escenografía que también se encuentra en varios cuadros de Monet, Whistler, Tissot y Renoir, no parece tener ningún propósito simbólico particular y solo plasma una tendencia decorativa de moda en el momento.[1][2] En este cuadro, Manet demuestra su talento para el retrato, logrando penetrar de forma aguda en la psicología del personaje representado.No cabe duda de que el artista mira a Nina con simpatía, y no duda en resaltar su elegancia e inclinación por la vida social; detrás de la complicidad divertida y palpitante, sin embargo, se esconde un carácter pensativo, cansado y hasta melancólico, que ni siquiera la leve sonrisa que corre por sus labios logra disimular.