De hecho, los dos mantuvieron casi a diario conversaciones muy fructíferas, no solo sobre problemas poéticos y estéticos, sino también sobre gatos e incluso sobre moda femenina.
Por eso, cuando Manet fue nuevamente ridiculizado por la crítica y el público, Mallarmé inmediatamente defendió el talento del pintor; ajeno a las típicas afectaciones del arte celebrado en los Salones, Mallarmé consideró que Manet fue "el único hombre que intentó abrir un nuevo camino a la pintura", como afirma en el artículo El jurado de pintura de 1874 y Monsieur Manet.
En efecto, el literato tiene una actitud muy espontánea y relajada, apareciendo cómodamente recostado sobre unos cojines en el estudio (atelier) que Manet tenía en el barrio de Saint-Lazare.
En este caso, Manet evita imponer largas sesiones de posado a Mallarmé, y el retrato gana ciertamente en inmediatez.
La composición (o, mejor aún, el encuadre, dada la analogía con un plano fotográfico) es deliberadamente desequilibrada, y las pinceladas son vigorosas pero muy rápidas y sintéticas: se alcanza así una tensión comunicativa sin precedentes que pocas veces se ve en retratos de Manet.